Por Marcos Antonio Arriaga Espinosa
Trabajo desde hace años, prestando servicios médicos de diagnóstico. Durante este tiempo, hemos atendido a personas que requieren de estudios de diagnóstico, siendo nuestra labor, colaborar con nuestra atención por medio de la tecnología y el conocimiento que hemos adquirido.
Nos ha tocado ver de todo, desde problemas sencillos, graves y personas que ya están a un paso de su culminación en esta vida. Somos un buen número de compañeros de trabajo con años de convivencia diaria, que disfrutamos de los requerimientos dando buena cara, tanto a las jornadas laborales como a las necesidades de la gente….pero……un día…empezamos a recibir noticias de una epidemia lejana, y, nosotros continuamos con nuestras labores con el mismo ritmo y camaradería de siempre, no era la primera vez que recibíamos una noticia de esta envergadura.
Luego, comenzó la alarma, la enfermedad se tipificó como pandemia y la noticia de que el primer caso de contagio había llegado a nuestra ciudad y al ver otras ciudades lejanas pasando por jornadas tormentosas de enfermos y decesos, nos puso en una situación de alerta y sobretodo miedo, …y…. todo cambió…las autoridades nos empezaron a llenar de protocolos de atención, de seguridad, al mismo tiempo que se nos señaló que tendríamos que andar todo el día con cubrebocas, gafas, caretas y demás aditamentos de protección.
Fue un rotundo cambio, en otrora, todos llegábamos alegres, bromeando, comentando hechos de fin de semana o del día anterior, se notaba la camaradería de buen ambiente, pero …fui viendo la drástica transformación del rostro de mis compañeros, o lo que alcanzaba a ver de sus rostros, las sonrisas se fueron, todo se volvió tenso y sombrío, se arrugó el entrecejo, los ojos, a veces llorosos reflejaban miedo, un miedo en comunión con las actitudes, un miedo como el de los soldados cuando van a una batalla que saben que van a combatir, pero no saben si van a regresar, así era el de mis compañeros y seguramente el mío, sabíamos que íbamos a ver pacientes, pero no sabíamos si por un descuido nos íbamos a contaminar, a enfermar y probablemente morir.
Y, cayó el primero, un compañero del fin de semana, luego otro y otro y cada vez el círculo de no contagiados se fue haciendo más pequeño y la zozobra más grande, a todos les fue bien, solo una compañera se vio más enferma, pero gracias a dios ganó la batalla.
Hubo compañeros que su miedo se convirtió en enojo, llegando a renunciar donde no se pudo llevar la incertidumbre a buen manejo. Todo culpaban a los directivos, a las autoridades, a la enfermedad y por más que tratamos de que tomaran las cosas con más calma no reaccionaron y se fueron. Nos quedamos los que es mayor el amor a la atención al prójimo y que como buenos soldados llegamos a la batalla día con día.
Sabemos que ganaremos de una u otra manera y al final volveremos a vernos las caras y a sonreír y, ……… todo será historia.