El coronavirus obligó al mundo a toparnos con otra realidad a la cual no estábamos acostumbrados. Por ejemplo, al temor cotidiano de perder a un ser querido porque nos llegó la noticia que ya estaba infectado, o nosotros mismos comenzamos con síntomas y no quedaba más que esperar la evolución de la enfermedad que es la de los síntomas leves en una persona regularmente sana; a una evolución complicada que no raramente termina en fatalidad en una persona con un estado de salud que por lo general no es bueno y que además tiene alguna enfermedad coexistente.
Por primera vez el mexicano, tal vez personas con otras nacionalidades también, no postergar más la idea de que nos vamos a morir. Decía (Octavio Paz 1950) “La indiferencia del mexicano ante la muerte se nutre de su indiferencia ante la vida. El mexicano no solamente se postula la intrascendencia del morir, sino del vivir”.
Con esta lección Heideggeriana que nos ha dado el COVID-19 directo a la puerta de nuestros hogares, diciéndonos que somos proyecto, pero que también somos para la muerte, han pasado muchas pensamientos entre las personas, muchos viven eternamente deprimidos o ansiosos o ambas cosas, pensando que tarde o temprano se van a infectar y morir, algunos buscan ayuda con los especialistas en estos temas, otros no, otros buscan en que ocupar su tiempo de “confinamiento“ , palabra del 2020 para la RAE por cierto, están aprendiendo un nuevo oficio, han buscado viejos amigos, conocido música nueva, visto películas y series interesantes o leído aquel viejo libro que estuvo por años guardado en el librero y los casos que cada uno de ustedes me puedan contar.
Ahora les contaré mi caso, soy médico de profesión, me tocó atender pacientes por COVID-19, ochenta, cien casos al día, sentidos y reales, vi como muchos pacientes se salvaron, pero vi también como muchos se murieron. También fui paciente. Mi pareja es médica y ella me salvó, pero también se metía a llorar al baño cuando creía que yo no lo iba a lograr.
Cuando me desocupaba en el consultorio tomaba un libro para devorarlo leía sobre todo al llamado boom latinoamericano: Borges, Cortázar, Paz, Vargas Llosa, la poesía de César Vallejo, Antonio Machado, los clásicos, etc. Además, que los jueves tengo mi club de lectura con el Fondo de Cultura Económica en donde todo el tiempo nos recomendamos libros y al cual les invito y las tertulias de la IEU en las que cada mes tenemos al autor presente. Esta fue mi forma de escaparme un poco de la realidad y de no quebrarme ante esta realidad que nos está fulminando.
A mí las letras me salvaron y en ellas encontré mi vocación por la lectura, aún no se si por escribir, estoy en esa búsqueda, al darme cuenta que de todos modos me voy a morir y que esta idea no la posterga más me enfrenté a la siguiente pregunta: ¿Y por qué no estudió lengua y literatura? Amable lector, lectora, aquí estoy con ustedes estudiando letras como forma de tributo a la literatura. ¿Tu cómo te mantienes equilibrado ante la nueva realidad? Deja tus comentarios.