Ahí se encuentran los desdichados: hacinados e incómodos preguntándose el porqué de su situación. Un moribundo haz de luz penetra por la diminuta ventana, situada al raz de piso, dibujando en el lepero suelo los barrotes que la cruzan. Un olor a miseria gobierna en la celda. Cansados de cruzar miradas interrogantes entre ellos, uno a uno van concentrando sus pupilas sobre el que consideran el más fuerte; él es sepultado por este alud de interrogaciones en voz muda. Unos pasos amplificados por las sordas paredes, se acercan hasta resguardarse tras el portón, que, como boca al abrirse, deja salir su pestilente aliento. Los once cabecillas, representantes cada uno de su gremio, son solicitados en la reja de declaraciones del juzgado.
—¡Todos de pie! Su señoría el juez ha entrado a la sala. —Dijo el secretario—.
—Señor fiscal, ¿Cuáles son los cargos que se le imputan a los presuntos culpables aquí presentes?
—Su honorable señoría: se les acusa de acoso físico y electrónico en absolutamente todos los cuadernos y en los programas computacionales procesadores de texto pertenecientes a la ciudadanía alfabetizada; que por ejercer su derecho irrenunciable de comunicarse entre sí, deben hacer uso del lenguaje escrito. Provocan incoherencia, falsas expectativas y caos en los comunicados. Acrecentados además, ante los escasos conocimientos gramaticales de las víctimas. Estos malvados aquí presentes, osan irrumpir en los textos sin ningún pudor y consideración. Se adueñan de escritos a su libre albedrío. Por el simple placer de divertirse ante la incomprensión y problemática resultante.
El fiscal tras una pausa y con el ceño fruncido espetó: —Y por ende, en detrimento de mis representados, los abusos cometidos por estos saltimbanquis gráficos han causado baja autoestima, mermado la posibilidad de un sano desarrollo personal y un persistente bloqueo mental; sin posibilidad para vencer a la temida “Hoja en blanco”. ¡Un estado de ineficacia permanente!
—Solicito a usted, señor juez, —enfatizó el fiscal— que estos once signos de puntuación: el punto, la coma, el punto y coma, los dos puntos, los paréntesis, los corchetes, la raya, las comillas, los signos de interrogación, los signos de exclamación y los puntos suspensivos: sean sentenciados a cadena perpetua. Y, que con este juicio sin precedente, se finque la iniciativa de ley para así desarrollar y aprobar ante el poder legislativo y académico, en calidad de urgente un nuevo estatuto en que se anulen de manera inmediata el uso en cualquier tipo de medio, la difusión y propaganda de estos signos de puntuación. —El tribunal estalló en aplausos—.
Al cabo de varias horas después, la audiencia presente, al escuchar el veredicto final sale satisfecha del recinto. El murmullo se confunde con carcajadas, solo opacadas por los aplausos y vitoreos. Es del conocimiento general, que de ahora en adelante, y que gracias a esta decisión ya no habrá dudas ni resquemores. Un grupo de literatos, llamados LL58 asumió el compromiso de fomentar la escritura a nivel mundial y el riesgo al denunciarlos. Fastidiados de ellos y de la lacerante letanía retórica de tutores y docentes, todos ellos, cómplices de la mafia gráfica.
En el futuro, se apreciará el verdadero resultado. O, ¿se reconocerá de una vez la manera correcta para dominarlos y usarlos con orgullo y dignidad?.
¡Qué Dios nos ampare!