Cuando vi a aquella chica, pude notar algo en su rostro, una especie de sonrisa que no la veo muy a menudo, no era una sonrisa de gusto, ni de felicidad, tampoco era una sonrisa de enamoramiento, no, esas las conozco bien; más bien era una sonrisa prohibida, una sonrisa solo para ella, algo en su pensamiento la hacía sonreír de esa manera, se notaba en su mirada.
Su cuerpo la delataba, estaba sentada en aquella mesa del café en el zócalo, de esas mesas que se colocan afuera y dan vista a todo el centro histórico. Estaba sola, con su cuerpo relajado, viendo a la “nada”, miraba sin mirar a la gente pasar, era de noche y había mucho movimiento en aquellos pasillos, en la calle, en el parque; pero ella no los miraba.
Tomaba su taza de café con delicadeza, sin prisa, lo disfrutaba; tal vez era un café americano, o un latte, tal vez un mocha; seguro que estaba rico, porque aquella chica saboreaba cada sorbo.
En su mirada había un brillo especial, que se iluminaba con esa sonrisa prohibida. A veces, parecía que quería gritar algo, pero se contenía, parecía que se decía a sí misma “silencio, pensarán que estás loca”. Sí, seguro un poco de cordura la hacía callar.
La gente pasaba sin mirarla, cada persona iba sumergida en su propio mundo o hablando con sus acompañantes. Nadie sabía que en aquella chica había una segregación de adrenalina en su interior, tal vez dopamina o serotonina; quien sabe, solo un experto podrá confirmar todo lo que le pasaba. Lo que sí es seguro, es que ella estaba inmersa en un estado de locura pasajera, estaba rememorando aquel amor prohibido. Tuvo lo que no podrá tener más. En la memoria de sus manos quedó impregnada la sensación de la piel de su amante; su cuerpo aún flamea al recordarlo, tiembla al recordar su olor.
Pero solo ella lo sabe, nadie más.
|