Por Eridú Méndez
Aquí estaba, la señora de la esquina, emocionada con su vestido verde, era nuevo para ella, aunque no se sabe cuánto tiempo de vida tenía ese vestido, ni por cuántas mujeres había pasado ya, es más, quién estaba seguro que sólo las mujeres lo habían usado; pero bueno, sólo le bastaba encontrar esas medias de seda que quedarían perfecto con su atuendo. La pregunta del millón: ¿Dónde encontrarlas? Si sólo por su casa estaba el “sobre ruedas” – ese mercado que ponen y quitan en cada barrio de las ciudades de México-, ahí seguro que sí lo encontraba.
Por lo tanto, decidida salió a buscar esas medias de seda que tanto necesitaba y que ella estaba segura serían perfectas para su nuevo vestido verde.
El sobre ruedas era grande, con muchos puestos de verdura, puestos de quesos y carnitas; de esos que huelen desde dos cuadras antes y que el mostrador se ve borroso de tanta grasa. Ahí iba la señora de la esquina, orgullosa y feliz por saber qué buscar, en su mente tenía clara la imagen de ella misma; se veía elegante, bella, segura de sí misma, esbelta y con una postura como en ningún momento la había tenido. Así se sentía ella, la reina del sobre ruedas. Aunque la realidad era diferente, sus raíces del cabello oscuro salían desesperados, tratando de acabar con esos rubios teñidos y falsos; su rostro, aunque su mirada brillaba con una ilusión vacía, sus arrugas reflejaban la vida difícil y carente que había tenido desde hace décadas. Y qué decir de su cuerpo, flácido, descuidado, la piel seca; pues qué esperar de los años infelices en que lo que más importaba eran sus hijos, esos 5 niños desnutridos que sacaban bajas calificaciones en la escuela.
Pero eso no importaba para ella en ese momento, su corazón rebosante de felicidad, por fin, después de tantos años su marido ausente y violento por fin la volvió a ver con esos ojos enamorados de antaño. Después de sufrir ese pre-infarto que casi le quita la vida; su médico le dio el ultimátum, o dejas de tomar o te mueres de una vez.
Así que ahí iba, buscando ese puesto que en otros momentos ignoró por no tener motivos para comprar ropa nueva. Una hora pasó hasta que por fin las encontró, tal como se las había imaginado, seda brillante, de su medida; sí, eran perfectas para su vestido verde.
Orgullosa y triunfante las pagó, casi uso todo el dinero de la semana, pero valía la pena, la noche pintaba para ser perfecta. Tantos años esperando ese momento, cada noche lo soñaba, se lo imaginaba, ella y su amado esposo por fin solos en una cena romántica.
Por fin llegó la hora, se cambió, se peinó, se puso su vestido verde, sus medias de seda que combinan perfecto con su bolsa marrón de su juventud. Se pintó los labios, se echó perfume y tomados de la mano salieron los dos.
Se dieron un beso, qué bella era su mirada, por fin revivió, por fin se iluminó su rostro y su vida.