POR: FERNANDA VALDOVINOS P.
Su nombre no lo recordaba, se encontraba parada frente a un poste en la noche, viéndolo y preguntándose “¿Qué hago aquí?
Desde ese momento tomó conciencia de lo que llevaba haciendo casi dos horas, movió sus manos, sus pies, miró de un lado a otro tratando de hallar algo que le diera una pista de dónde se encontraba. Por alguna razón ya consciente seguía sintiendo curiosidad por aquel poste, algo en él la atraía, entonces se acercó más e intentó tocarlo.
Justo en ese instante, al resbalar sus dedos por la superficie de madera, todo a su alrededor desapareció y sólo quedaron el poste, y ella. Solos. No había ruido, ni una sola corriente de aire se sentía, el tiempo se detuvo, y una ligera ola de miedo le recorrió el cuerpo. Decidida, abrazó el poste con todas sus fuerzas y en pocos segundos este también desapareció.
Abrió los ojos y se dio cuenta de que se encontraba en su habitación, dentro de sus cuatro paredes dibujadas con carboncillo, una cama, una ventana, una puerta, y ella sentada en silencio, justo al centro, en el suelo. Sentía estar en su habitación, pero al mismo tiempo se sentía fuera de ella. Se levantó del suelo y caminó en círculos, con la intención de reconocer algo, lo que fuese, y prosiguió hacia la puerta, tomó la fría perilla de metal, y la abrió.
En ese momento todo se desmoronó, ella flotaba mientras las paredes se deshacían, los muebles crujían y se rompían, todo parecía desaparecer. Y al siguiente segundo, ya se encontraba en la calle, era de noche y las estrellas brillaban intensamente, la luna gigante y redonda igual, no había personas, sonidos, animales, luces, sólo el cielo oscuro y las estrellas brillantes.
A lo lejos logró distinguir una ola de pequeñas lucecitas azul turquesa moviéndose de arriba abajo, todas al compás. Y mientras se acercaban a ella, lo supo.
Millones de medusas flotaban hacia ella mientras titilaban y chocaban unas con otras, la rodearon, y se detuvieron formando un círculo a su alrededor. En sus ojos sólo se veía asombro, la emoción y sus lágrimas de felicidad hicieron explotar una combinación líquida de colores brillantes que cubrieron todo el suelo, sus manos, sus pies, todo su cuerpo quedó sumergido, y la sustancia se adhirió a su piel, haciéndola desaparecer.
Poco a poco comenzó a abrir los ojos lentamente, sin recordar nada, ni quién era, ni de dónde venía, ni dónde se encontraba.
Caminó entre una multitud, todos vestidos de negro, nadie sonreía, nadie hablaba. Y a lo lejos distinguió un rostro, le parecía conocido, lo recordaba, sabía a quién pertenecía. Era su madre. Corrió hacia ella con lágrimas en los ojos, y justo al momento de intentar tocarla, su mano la atravesó. Con aceptación, volteó hacia atrás, y ahí estaba, una fotografía con su rostro. Se reconoció, se arrodilló, y con todos los recuerdos volviendo a su mente, dijo: “Ya no estoy más aquí.